lunes, 21 de mayo de 2012

CLASIFICACIÓN DE ROMANCES

 AQUI ESTUDIO LOS ROMANCES

Romance épico-lírico.
 ROMANCE DEL PRISIONERO

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.

Romance fronterizo.
Romence Abenámar, Abenámar.

"¡Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había!
Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida:
Moro que en tal signo nace
no debe decir mentira."
Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que decía:
"Yo te lo diré, señor,
aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho,
mi madre me lo decía:
que mentira no dijese,
que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey,
que la verdad te diría."
"Yo te agradezco, Abenámar
aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!

"El Alhambra era, señor,
y la otra la Mezquita;
los otros los Alixares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas cobraba al día,
y el día que no los labra,
otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía."
Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
"Si tú quisieses, Granada,
contigo me casaría;
daréte en arras y dote
a Córdoba y Sevilla."
"Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería."

 Anónimo del siglo XV.

Romance histórico.
Romance a cazar va don Rodrigo.
A cazar va don Rodrigo,   y aun don Rodrigo de Lara:
con la grande siesta que hace   arrimádose ha a una haya,
maldiciendo a Mudarrillo,   hijo de la renegada,
que si a las manos le hubiese,   que le sacaría el alma.
El señor estando en esto,   Mudarrillo que asomaba.
—Dios te salve, caballero,   debajo la verde haya.
—Así haga a ti, escudero,   buena sea tu llegada.
—Dígasme tú, el caballero,   ¿cómo era la tu gracia?
—A mí dicen don Rodrigo,   y aun don Rodrigo de Lara,
cuñado de Gonzalo Gustos,   hermano de doña Sancha;
por sobrinos me los hube   los siete infantes de Salas;
espero aquí a Mudarrillo,   hijo de la renegada;
si delante lo tuviese,   yo le sacaría el alma.
—Si a ti te dicen don Rodrigo,   y aun don Rodrigo de Lara,
a mí Mudarra González,   hijo de la renegada;
de Gonzalo Gustos hijo   y anado de doña Sancha;
por hermanos me los hube   los siete infantes de Salas.
Tú los vendiste, traidor,   en el val de Arabiana,
mas si Dios a mí me ayuda,   aquí dejarás el alma.
—Espéresme, don Gonzalo,   iré a tomar las mis armas.
—El espera que tú diste   a los infantes de Lara,
aquí morirás, traidor,   enemigo de doña Sancha.

Romance legendario.
Quién hubiera tal ventura. 
 
¡Quién tuviera tal ventura              
        sobre las aguas del mar,                
        como hubo el conde Arnaldos             
        la mañana de San Juan!          
        Con un falcón en la mano                
        la caza iba a cazar,            
        vio venir una galera            
        que a tierra quiere llegar.             
        Las velas traía de seda,                
        la jarcia de oro torzal, 
        áncoras tiene de plata,
        tablas de fino coral.
                
        Marinero que la manda           
        diciendo viene un cantar                
        que la mar ponía en calma,              
        los vientos hace amainar,               
        los peces que andan nel hondo           
        arriba los hace andar,          
        las aves que andan volando              
        nel mástil las hace posar.              
        Allí habló el conde Arnaldos,           
        bien oiréis lo que dirá:                
        -Por mi vida, marinero,                 
        dígaisme ora ese cantar.                
        Respondióle el marinero,                
        tal respuesta le fue a dar:             
        -Yo no digo esta canción        
        sino a quien conmigo va.


Romance carolingio.

 En país está doña Alda.

En París está doña Alda,   la esposa de don Roldán,
trescientas damas con ella   para la acompañar:
todas visten un vestido,   todas calzan un calzar,
todas comen a una mesa,   todas comían de un pan,
si no era doña Alda,   que era la mayoral;
las ciento hilaban oro,   las ciento tejen cendal,
las ciento tañen instrumentos   para doña Alda holgar.
Al son de los instrumentos   doña Alda dormido se ha;
ensoñado había un sueño,   un sueño de gran pesar.
Recordó despavorida   y con un pavor muy grande;
los gritos daba tan grandes   que se oían en la ciudad.
Allí hablaron sus doncellas,   bien oiréis lo que dirán:
—¿Qué es aquesto, mi señora?   ¿quién es el que os hizo mal?
—Un sueño soñé, doncellas,   que me ha dado gran pesar:
que me veía en un monte   en un desierto lugar:
do so los montes muy altos   un azor vide volar,
tras dél viene una aguililla   que lo ahínca muy mal.
El azor, con grande cuita,   metióse so mi brial,
el aguililla, con gran ira,   de allí lo iba a sacar;
con las uñas lo despluma,   con el pico lo deshace.
Allí habló su camarera,   bien oiréis lo que dirá:
—Aquese sueño, señora,   bien os lo entiendo soltar:
el azor es vuestro esposo   que viene de allén la mar,
el águila sedes vos,   con la cual ha de casar,
y aquel monte es la iglesia,   donde os han de velar.
—Si así es, mi camarera,   bien te lo entiendo pagar.
Otro día de mañana   cartas de fuera le traen:
tintas venían por dentro,   de fuera escritas con sangre,
que su Roldán era muerto   en caza de Roncesvalles. 

Romance novelesco.
Allá en garganta la Olla. 


Allá en Garganta la Olla, 
en la Vera de Plasencia,
 salteóme una serrana, 
blanca, rubia, ojimorena.
 Trae el cabello trenzado
 debajo de una montera 
y, porque no la estorbara,
 muy corta la faldamenta.
Entre los montes andaba
 de una en otra ribera, 
 con una honda en sus manos
 y en sus hombros una flecha.
 Tomárame por la mano
 y me llevara a su cueva;
 por el camino que iba 
tantas de las cruces viera.
Atrevíme y preguntéle
 qué cruces eran aquellas,
 y me respondió diciendo
 que de hombres que muerto hubiera. 
Esto me responde y dice, 
como entre medio risueña: 
 Y así haré de ti, cuitado,
 cuando mi voluntad sea.
 Diome yesca y pedernal 
para que lumbre encendiera,
 y mientras que la encendía, 
aliña una grande cena;
 de perdices y conejos
su pretina saca llena,
 y después de haber cenado
 me dice: —Cierra la puerta. 
Hago como que la cierro,
 y la dejé entreabierta. 
Desnudóse y desnudéme
 y me hace acostar con ella. 
Cansada de sus deleites
 muy bien dormida se queda,
 y en sintiéndola dormida 
sálgome la puerta afuera. 
Los zapatos en la mano 
 llevo porque no me sienta, 
y poco a poco me salgo
 y camino a la ligera.
 Más de una legua había andado 
 sin revolver la cabeza,
 y cuando mal me pensé 
 yo la cabeza volviera. 
Y en esto la vi venir,
 bramando como una fiera, 
saltando de canto en canto,
 brincando de peña en peña. 
Aguarda [me dice], aguarda, 
espera, mancebo, espera, 
 me llevarás una carta
 escrita para mi tierra.
Toma, llévala a mi padre, 
dirásle que quedo buena.
 Enviadla vos con otro,
 o sed vos la mensajera.